Dice Nietzsche que la creación no se da sin destrucción, que para crear hay que destruir, como un niño que construye castillos de arena para luego destruirlos y volver a construir. La creación artística del siglo XX reposa tanto sobre la destrucción de los cánones del arte clásico —que para muchos críticos significó la destrucción del arte en general— como sobre la destrucción literal de gente y de lugares.
A grandes rasgos, el siglo XX es el siglo de la tecnología. Tras la simbólica muerte de dios, el ser humano ocupó su lugar y el avance tecno-científico pasó a ser el nuevo objeto de fe; el mundo estuvo inundado de un espíritu positivista. Para las nuevas sociedades industrializadas y urbanizadas, la idea ilustrada-moderna de progreso pareció comenzar su consumación con el fluir vertiginoso de descubrimientos e inventos que se produjeron a finales del siglo XIX y a comienzos del XX. La industrialización y urbanización de las sociedades propiciaron el asentamiento de la clase burguesa, y por supuesto, del capitalismo como modo de organización de la vida en el mundo. Surgió entonces el comunismo como alternativa y se intentó llevar a la práctica con
“El siglo XX presenta los aspectos más complejos que en ninguna otra centuria se hayan dado en la historia; ha habido guerras, revoluciones, cataclismos sociales; la ciencia ha conseguido la separación y la energía del átomo y la automatización; los nuevos sistemas de trasporte y de comunicación han convertido al planeta en algo tan pequeño y sin interés, que el ser humano se ha lanzado a la carrera espacial” [Lozano (1976). Historia del arte. México: Continental. Pg. 523].
El arte, por supuesto, no se mantuvo al margen de estos acontecimientos. El arte del siglo XX es una asimilación y una crítica de su caótica época. Tanto la industrialización, la urbanización y la tecnificación del mundo, el capitalismo y el espíritu positivista que amarró todos estos acontecimientos, cambiaron la comprensión de la vida. Y los artistas plasmaron esto en sus obras. Una de las críticas más fuertes a la época es la reducción de la vida a la ciencia y a su método, por lo que para muchos movimientos artísticos fue un eje la unión entre el arte y la vida, esa vida que la academia con sus cánones clásicos limitaba y que la ciencia no alcanzaba a comprender, esa vida que se lastimó gravemente con el avance tecno-científico. Sin embargo, los movimientos artísticos del siglo XX están profundamente atravesados por la tecnología. “La técnica le dice al ser humano que puede intentarlo todo, pero no sucede esto sin crearle al mismo tiempo una nueva esclavitud: la de la máquina. Vivimos en un mundo de repetición que, pese a su comodidad, produce un gran desasosiego. De ahí que el arte exprese la paradoja de nuestra vida. De un lado, la complacencia en un mundo tecnificado, y por otro, la insatisfacción del espíritu” [Martín (1992). Historia del arte. Madrid: Gredos. Pg. 545]. Es interesante cómo estos movimientos rompieron con la academia y con su manera tradicional de hacer arte y de comprenderlo, inscribiéndose como signos de una nueva época tecno-científica y capitalista a la vez que la criticaron. De aquí que a estos movimientos se les conozca como vanguardias, tanto estéticas como políticas.
La vanguardia del siglo XX se manifestó a través de varios movimientos, los ismos, que desde diferentes planteamientos abordaron la renovación del arte. Se entiende la vanguardia como la “primera línea” de creación, una renovación radical en las formas y contenidos que se enfrenta con lo establecido: los cánones del arte clásico de la academia. La vanguardia significó una liberación de las reglas de la academia: irónicamente, al modo de “prohibido prohibir”, la única regla de las vanguardias era no respetar ninguna regla. Se cuestionó la representación imitativa tanto en teatro, literatura, cine, música, arquitectura, escultura, pintura… Pero lo que animó este cuestionamiento fue otro: la pregunta por la realidad. Las vanguardias se preguntaron cómo representar una realidad tan transformada por la técnica, por ejemplo, una realidad que se impregnó rápidamente de movimiento, de vertiginosidad, de fugacidad, de metal… Con la invención de la fotografía, por cierto precursora del cine, se llevaron a cabo estudios en torno al movimiento que llevaron a considerar el problema de cómo representar el movimiento. Los estudios sobre el átomo condujeron a una cierta crisis del objeto: ya no es una masa inerte sino energía y movimiento. ¿Cómo representar entonces a un objeto en sus diversas perspectivas, a un objeto que está en el mundo en constante movimiento, en constantes relaciones de significatividad? De aquí que la representación imitativa de la realidad se dejara a un lado y se diera paso a una representación crítica, analítica, conceptual, interpretativa, de la vida. En fin, la pregunta clave de las vanguardias fue cómo plasmar en el arte el trato con el mundo, y en especial, con ese mundo que estaba siendo atravesado por grandes transformaciones sociales, culturales, políticas, económicas, etc.
Todo esto hizo que también el arte en general quedara entre signos de interrogación. Como se mencionó al comienzo, la destrucción de los cánones clásicos significó, tanto para muchos críticos de arte como para un público aristocrático que estaba acostumbrado a simplemente contemplar una obra de arte, una profunda crisis del arte, su destrucción —claro, el capitalismo se encargó de asimilar estos movimientos artísticos y lanzarlos a la sociedad como mercancías, de modo que el público se quedó tranquilo de tener arte. Y es que las vanguardias no sólo criticaron las formas y los contenidos tradicionales del arte, la representación imitativa, sino que precisamente criticaron la manera de comprender el arte en general. ¿Es arte cualquier cosa abalada por la academia y puesta en un museo para la satisfacción de los espectadores? Las vanguardias, provocativa y desafiantemente, generaron sentimientos de frustración, angustia, desagrado, enojo, perplejidad, confusión, vértigo, asombro, asco... sentimientos que no eran para menos ante los acontecimientos de la época.
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