jueves, 29 de marzo de 2007

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jueves, 29 de marzo de 2007 2

Albert Einstein: sobre el tiempo en la teoría especial de la relatividad.

Adriana González Serrano

I

Es en los Anales de Física donde Einstein publica en 1905 —hace ya 100 años— su artículo "Sobre la electrodinámica de cuerpos en movimiento". En este artículo se encuentran los fundamentos de la teoría especial de la relatividad, teoría que supone la re-formulación de conceptos físicos clásicos, como los de tiempo, espacio y masa. El que interesa aquí es el concepto de tiempo, el cual se analizará desde una perspectiva filosófica y se comparará con otras concepciones.

Como se irá advirtiendo, la noción einsteniana del tiempo le hace frente a la newtoniana y similares, así como a las nociones idealistas que relegan el tiempo a una vida interior del ser humano, a la conciencia. Por ello, junto con un panorama general del tiempo en la teoría especial de la relatividad, se abordará una discusión clave en lo que respecta al tema en cuestión: la diversidad de concepciones acerca del tiempo, tanto en la ciencia como en la filosofía, versa alrededor de la discusión entre la experiencia o vivencia del tiempo y su conceptualización. ¿Ambas posiciones han de ser tan unilaterales y excluyentes como han tendido ser? Es decir, ¿tiene que haber dos polos con respecto al tema del tiempo? O mejor dicho, ¿hay que escoger un solo polo y desechar el otro? Tomando en cuenta la teoría especial de la relatividad, ¿qué puede decirse al respecto?

II

La teoría especial de la relatividad de Einstein llegó a superar el abismo que existía entre la física de Newton y la física de Maxwell. El que hubieran dos físicas diferentes que intentaran explicar la realidad no satisfacía al físico alemán. ¿Cómo conjugar una física fundamentalmente mecánica, de cuerpos rígidos identificables mecánicamente en un sistema de coordenadas, con una que tiene que ver con fenómenos electromagnéticos? Ninguno de los dos sistemas físicos era capaz de explicar con fundamento la interacción de fenómenos electromagnéticos (la propagación de la luz, por ejemplo) y la materia, al ser observada desde diferentes sistemas de inercia de referencia, es decir, por un observador en reposo y otro moviéndose a una velocidad constante respecto al primero.

La concepción moderna de un mundo regido por leyes netamente mecánicas, llevó a la consideración de un medio en el cual se propagaran, también mecánicamente, las ondas lumínicas y magnéticas. Además, la teoría física del final del siglo XIX postulaba que, al igual que las olas y el sonido necesitan de un medio para transportarse (agua y aire, respectivamente), la luz y el magnetismo lo necesitaban también. Así fue como se postuló la existencia del éter, que llenaba todo el espacio y constituía, de este modo, el medio en el que se podían transportar los fenómenos electromagnéticos.

Al espacio absoluto de la física clásica se le llenaba ahora con éter, constituyendo así un sistema de referencia absoluto que contenía todos los fenómenos de la naturaleza, tanto corpóreos como de ondas. A este sistema se le atribuía el estado de reposo absoluto, por lo que era el sistema al que había que referir todos los demás movimientos físicos. En nada difería, por lo tanto, del vacío o del espacio absoluto de Newton, que por su naturaleza y sin relación a cualquier cosa externa, siempre permanece igual e inmóvil[1].

Cabe mencionar que junto al manejo, tanto en física como en filosofía, de conceptos absolutos, está implícita la idea de un observador privilegiado, también absoluto, inmóvil e inmutable que puede advertir tanto el espacio como el tiempo y el movimiento absolutos.

Esta especie de observador juega el papel de una figura divina omnipresente y omnisciente en los creyentes; es el dios de los cristianos, por ejemplo. Newton introduce esta figura en su física. Pero también, ese observador guarda una estrecha relación con muchas propuestas filosóficas ilustradas y modernas, como las de Kant y su sujeto apriorístico trascendental. Es un observador fuera del mundo y de la historia —o sin mundo y sin historia. Por lo tanto, es un observador que se abstrae, un observador abstracto.

De hecho, el empirismo es una corriente que rechaza conceptos absolutos por considerarlos puras abstracciones, les niega toda realidad. Ernst Mach (1838-1916), argumentando contra los conceptos absolutos newtonianos, dice:

"nadie puede decir algo sobre el espacio absoluto o sobre el movimiento absoluto, que no sean meras abstracciones sin manifestación posible en la experiencia. Todos nuestros enunciados fundamentales de la mecánica son experiencias sobre posiciones y movimientos relativos de los cuerpos. No podemos ni debemos admitirlos sin prueba en los campos en los que actualmente se le reconoce validez. Nadie está autorizado para extender esos enunciados fundamentales más allá de la experiencia. Como tal extensión no tendría sentido, nadie sabría usarla"[2].

Mach fue uno de los precursores de Einstein en negar un espacio, un tiempo y un movimiento absolutos en la física. El mismo Einstein había puesto de manifiesto que la lectura de las obras de Mach, en especial El desarrollo histórico-crítico de la mecánica, influyó de manera importante en su juventud[3]. Y es que Einstein postuló, en su teoría especial de la relatividad, la no existencia de entidades absolutas. Eliminó el éter, y con él, la existencia de marcos de referencia u observadores privilegiados. "Ni los fenómenos de la mecánica, ni tampoco los de la electrodinámica tienen propiedades que correspondan al concepto de reposo absoluto… la introducción de un éter lumínico se mostrará superflua, puesto que la idea que se va a desarrollar aquí no requerirá un espacio en reposo absoluto dotado de propiedades especiales"[4].

El principio de la relatividad que Einstein acoge en su teoría, es el siguiente: "si K' es un sistema de referencia que se mueve uniformemente y sin rotación respecto a K, entonces los fenómenos naturales transcurren con respecto a K' según idénticas leyes generales que con respecto a K"[5]. Significa que todos los sistemas de referencia que se encuentran en movimiento con una velocidad relativa constante respecto de un sistema inercial determinado, son equivalentes: ninguno ostenta una posición de privilegio. Tal principio lo extendió a la electrodinámica, pues en Newton, el principio de la relatividad estaba referido sólo a las leyes de la mecánica. Todas las leyes de la física (las de la mecánica, de la electricidad y del magnetismo, las de la óptica y la termodinámica, etc.) son las mismas en todos los marcos de referencia que se muevan con velocidad constante relativa entre sí: tal fue la convicción de Einstein. Dos observadores que se muevan a una velocidad constante, uno respecto al otro, observarán unas leyes naturales idénticas actuando en lo que están observando. Por lo tanto, no existe un marco de referencia ni un observador privilegiado, como se indicó arriba. Así mismo, es imposible detectar movimiento o reposo absoluto.

Ahora, el electromagnetismo de Maxwell había indicado la constancia de la velocidad de la luz en el vacío, lo cual le sirvió de fundamento a Einstein para otra postulación suya, a saber: la velocidad de la luz es la misma en cualquier sistema de referencia, siempre de 300 000 kilómetros por segundo. Es decir, la velocidad de la luz es siempre constante e independiente de la velocidad del observador o de la fuente que emita la onda lumínica.

El principio de la relatividad no era del todo nuevo en la física; Newton lo había puesto de manifiesto con respecto al movimiento (sin embargo, este afirma también la existencia de un movimiento absoluto en sus Principia Mathematica). No es tan difícil de entender que todo movimiento sea relativo: es físicamente correcto afirmar que un tren se desplaza respecto a la estación, como que la estación se desplaza respecto al tren; la estación también se mueve debido al movimiento de la Tierra sobre su eje y a su rotación en torno al Sol. Lo revolucionario en aquél entonces, era afirmar que la velocidad relativa de un rayo de luz a cualquier observador o en cualquier sistema de referencia, es siempre la misma.

Por el teorema de adición de velocidades de Galileo, se creía que si un observador viajaba en la misma dirección que la luz, la velocidad de esta le parecería menor, y si viajaba en dirección opuesta a la de la luz, su velocidad le parecería mayor. Pero lo cierto es que en ambos casos es de 300 000 km/s. Esto es así porque la velocidad de la luz es independiente del observador y tiene el mismo valor en todas las direcciones. Otro ejemplo: si una lámpara en movimiento, con una velocidad de 240 km/s, emitiera un rayo de luz, la velocidad de este no sería de 300 240 km/s, sino de 300 000 km/s. La luz tampoco depende de la velocidad que tenga el emisor.

La constancia de la velocidad de la luz no permite, por lo tanto, el teorema de adición de velocidades de Galileo, el cual se suponía válido para todos los sistemas de referencia inerciales según el propio principio de la relatividad. Ahora, Einstein había extendido este principio a la electrodinámica, y, a su vez, esta estaba demostrando empíricamente la constancia de la velocidad de la luz. El teorema de adición de velocidades de Galileo estaba siendo válido en el mundo de la física clásica, fundamentalmente mecánico, mas no lo estaba siendo en el mundo de la electromecánica… es válido para bolas y trenes, pero no para el recorrido de rayos de luz[6].

Los dos principios en los que Einstein basó su teoría de la relatividad (el principio de la relatividad y la constancia de la velocidad de la luz en el vacío), parecían entonces entrar en una contradicción. Sin embargo, bastó la re-formulación de los conceptos cinemáticos fundamentales para conciliar ambos principios en una sola teoría. "Mediante un análisis de los conceptos de espacio y tiempo se vio que en realidad no existía ninguna incompatibilidad entre el principio de la relatividad y la ley de propagación de la luz"[7]. La teoría especial de la relatividad de Einstein propuso una solución a las dificultades que estaban presentando algunos fenómenos físicos que no se habían podido medir, tales como la velocidad del éter con respecto a la tierra y el teorema galileano de adición de velocidades en el caso de la luz. Así mismo, alteró por completo las nociones de espacio y de tiempo que se venían manejando desde hacía bastante.

III

Según la teoría especial de la relatividad, cada observador emplea un sistema de coordenadas como marco de referencia para establecer las medidas de un acontecimiento o suceso cualquiera, y un sistema puede transformarse en el otro mediante una manipulación matemática. Esto es el principio de la relatividad, y la manipulación matemática que se menciona es la ecuación de trasformación de Lorentz (1853-1928). Dice Einstein al respecto:

"Cualquier suceso, donde quiera que ocurra, viene fijado espacialmente respecto a K por las tres perpendiculares x, y, z a los planos coordenados, y temporalmente por un valor t. Ese mismo suceso viene fijado espacio-temporalmente respecto a K' por valores correspondientes a x', y', z', t', que, como es natural, no coinciden con x, y, z, t. Estas magnitudes deben de interpretarse como resultados de mediciones físicas. Es evidente que el problema que tenemos planteado se puede formular exactamente de la manera siguiente: dadas las cantidades x,y,z,t de un suceso respecto a K, ¿cuáles son los valores x', y', z', t' del mismo suceso respecto a K'? Las relaciones hay que elegirlas de tal modo que satisfagan la ley de propagación de la luz en el vacía para uno y el mismo rayo respecto a K y K'. El sistema de ecuaciones que resuelve dicho problema se designa con el nombre de «transformación de Lorentz»"[8].

La transformación de Lorentz permite entonces mantener el valor de la velocidad de la luz en todos los sistemas de referencia, pero a un precio: el abandono de las nociones de espacio y tiempo absoluto.

A modo de aclarar, lo siguiente. Dos observadores (A y B) presencian un suceso cualquiera desde dos sistemas de referencia inerciales diferentes, uno en movimiento constante respecto al primero (K y K', respectivamente). Dicho suceso involucra tanto materia (un tren) como procesos electromagnéticos (una señal de luz). El observador A toma nota de lo que observa desde su sistema de referencia, al igual que el observador B desde su sistema. El resultado es el siguiente: las mediciones que se establezcan del suceso, varían de observador a observador. ¿Cómo interpretar este hecho?

En la física clásica, lo que cambia al pasar de un sistema de coordenadas a otro, es la velocidad. Pero como la constancia de la velocidad de la luz es un principio fundamental en la teoría especial de la relatividad, lo que cambia ahora, con la transformación de Lorentz, son las cantidades de tiempo y espacio. Al pasar del sistema K (en reposo) al sistema K' (en movimiento constante respecto a K) se obtiene un acortamiento de longitudes como consecuencia del movimiento, y por la misma razón, el reloj marcha algo más despacio que en estado de reposo[9]. Lo que interesa aquí es el tiempo, por lo que se continuará sólo refiriéndose a él.

IV

Según la transformación de Lorentz, el tiempo depende del estado de reposo o de movimiento del observador que realiza la medida. Una medida de intervalo de tiempo depende del marco de referencia en el cual se efectúe la medida.

Lorentz llamó a estos tiempos diferentes para un mismo suceso, según el sistema de referencia desde el cual se esté observando, tiempos locales. Pero los identificó solamente como resultados de sus ecuaciones. Es decir, "atrapado como estaba por los principios de la física clásica no se le ocurrió que el tiempo local t' era un tiempo real y no un mero formalismo matemático"[10]. Al parecer, Lorentz continuaba con la convicción de un único tiempo real, de un tiempo absoluto en oposición a estos tiempos locales o relativos considerados como falsos o meras apariencias.

Einstein, por el contrario, vino a revolucionar la física, afirmando la existencia real de tales tiempos locales o relativos. Existen tantos tiempos como sistemas de referencia. Como bien lo explica Stephen Hawking, la constancia de la velocidad de la luz en todos los sistemas de referencia, exigió abandonar la idea de que hay una magnitud universal, llamada tiempo, que todos los relojes pueden medir. En vez de ello, cada observador tendría su propio tiempo personal. Los tiempos de dos personas coincidirían si ambas estuvieran en reposo la una respecto de la otra, pero no si estuvieran desplazándose la una con relación a la otra[11].

La teoría de la relatividad relativizó, entonces, la noción física del tiempo. Ahora, esta implica o tiene que ver con otras nociones que Einstein también revisó, como las de simultaneidad y duración. Dice: "debemos tener en cuenta que todos nuestros juicios que implican al tiempo son siempre juicios sobre sucesos simultáneos. Si, por ejemplo, yo digo que «el tren llega aquí a las 7 en punto», eso significa «la manecilla pequeña de mi reloj apuntando a las 7 y la llegada del tren son sucesos simultáneos»"[12].

Puede decirse que para Einstein, según lo anterior, el tiempo es lo que miden los relojes. Y que por eso niega la existencia del espacio absoluto newtoniano, porque no es mesurable. Y es que Einstein fue un físico, y como tal, trabajó con cuestiones susceptibles a medición. Por lo general, a la ciencia moderna le ha interesado e importado más lo cuantitativo que lo cualitativo.

Precisamente esa es la crítica de Bergson: la espacialización del tiempo. "El tiempo de la física es un tiempo que necesita ser medido; pero para medirse ha de transformarse simbólicamente en espacio… lo que Bergson lamenta es que se confunda el tiempo de la física, que es una magnitud, con el tiempo real, con el tiempo experimentable"[13], con la duración: intuición originaria de la continuidad de nuestra vida interior o conciencia, único fluir o paso que se bastan a sí mismos, sin que el flujo implique una cosa que fluya ni el paso presuponga estados por los que se pasa[14]. Según Bergson, la física reduce este tiempo real a una forma de espacio, pues estudia los estados de conciencia como si fueran hechos exteriores, los mide cuantitativamente cuando son fundamentalmente cualitativos.

A esta problemática se refiere la distinción que se hace contemporáneamente entre la experiencia o vivencia del tiempo y su conceptualización, tanto por parte de la ciencia como de la filosofía. Es cierto que la ciencia ha tendido a menospreciar lo cualitativo, olvidando así una parte fundamental de la existencia humana. Pero la crítica de Bergson, aunque se refiere a la experiencia del tiempo y a su carácter cualitativo, se queda corta, pues la experiencia o vivencia del tiempo no se reduce a ser algo interno, sino algo que se vive en la corporalidad que somos, co-existiendo en y con el mundo.

Es necesario que el tiempo co-exista con el espacio, como lo indica Einstein en su teoría. Además, muchos de los efectos que el movimiento o la velocidad tienen sobre el tiempo en dicha teoría, parecen indicar que Einstein no se refiere únicamente a los relojes mecánicos inventados por el ser humano en el siglo XIV. Parece que la teoría puede referirse también a relojes orgánicos, a una especie de tiempo vital de los seres humanos en tanto que somos corporalidades y que co-existimos en y con el mundo, como se acaba de mencionar.

Continuando con el tema de la simultaneidad, parece entonces que la medición de un intervalo de tiempo significa registrar dos sucesos simultáneos. Pero Einstein se dio cuenta que la definición de la simultaneidad presenta dificultades insuperables vinculadas con el hecho de que el registro de un acontecimiento supone la emisión y la recepción de una señal luminosa que también lleva tiempo, lo que obliga a tener en cuenta la posición del observador[15], es decir, los diferentes sistemas de referencia desde los cuales se presencie el acontecimiento.

El que la recepción de una señal luminosa lleve tiempo, significa que no hay interacciones instantáneas en la naturaleza, sino que toda interacción lleva tiempo para llegar de un lugar a otro[16]. Toda interacción requiere un mínimo de tiempo, es decir, una velocidad máxima: la velocidad de la luz. Ahora, el tiempo transcurrido entre dos sucesos no es el mismo para todos los observadores. Esto se había puesto de manifiesto con la trasformación de Lorentz. Una persona en movimiento vería cómo la luz, en un suceso cualquiera, recorre cierta distancia d en cierto tiempo t, dando como resultado c, la velocidad de la luz. Respecto a ese mismo suceso, una persona en reposo vería cómo la luz recorre una distancia diferente en un tiempo diferente, dando también como resultado c. Estando el tiempo relacionado con la simultaneidad, esta es también relativa en la teoría especial de la relatividad. La conclusión a la que llega Einstein es la siguiente:

"no podemos atribuir significado absoluto al concepto de simultaneidad; en su lugar, dos sucesos que son simultáneos cuando son observados desde algún sistema de referencia de coordenadas concretas (en reposo) ya no pueden considerarse simultáneos cuando son observados desde un sistema que está en movimiento relativo a dicho sistema"[17].

Hay un experimento mental que intenta aclarar la relatividad de la simultaneidad[18]. Se trata de imaginar un tren en movimiento. Este sería, naturalmente, el sistema de referencia en movimiento con respecto al andén, el cual sería el sistema de referencia en reposo. En el centro del tren hay pasajero que sostiene un dispositivo, el cual emite al mismo tiempo un rayo de luz hacia delante y otro hacia atrás. Las puertas trasera y delantera se abren automáticamente por la acción de los rayos de luz. Ahora, para el pasajero, las puertas se abrirán simultáneamente. Pero para una persona en el andén, la puerta trasera se abrirá antes que la delantera. "Esto es así porque para la persona estática, la puerta trasera se mueve hacia delante, va al encuentro del rayo de luz, mientras que la puerta trasera se aleja de este"[19].

Se concluye entonces que, dos eventos que son simultáneos en un sistema de referencia en reposo, no lo son en un sistema que se mueva con una velocidad constante respecto al primero. En la teoría de la relatividad, el movimiento o la velocidad afectan al tiempo, así como al espacio. El tiempo se dilata, dura más, en un cuerpo que se mueve uniformemente con respecto al marco del observador, el cual estaría ubicado en otro sistema de referencia, permaneciendo en reposo respecto a lo que está observado. El espacio se contrae en la dirección del movimiento[20]. Por lo tanto, el espacio y el tiempo no son dimensiones constantes ni independientes la una de la otra; no es posible ubicar el momento en que ocurre un suceso sin una referencia al lugar donde ocurre, y viceversa.

De esta manera, Albert Einstein rompió con la física clásica. Abandonó la noción de un tiempo absoluto y todo lo que éste implica, como el ser una única entidad objetiva, homogénea, inmutable, autónoma e independiente del espacio y del movimiento, así como el que implícitamente exista un observador privilegiado que pueda captarlo.

V

Dice Newton en el Scholium de sus Principia Mathematica, publicados en 1687:

"el tiempo absoluto, verdadero y matemático en sí y por su naturaleza y sin relación a algo externo, fluye uniformemente, y por otro nombre se llama duración. El relativo, aparente y vulgar, es una medida sensible y externa de cualquier duración, mediante el movimiento (sea la medida igual o desigual) y de la que el vulgo usa en lugar del verdadero tiempo; por ejemplo, la hora, el día, el mes, el año"[21].

En la física newtoniana, el tiempo constituye una especie de fondo sobre el cual se producen los sucesos, pero no es afectado por ellos. Es algo así como una entidad substancial vacía e infinita que los contiene, pero que se mantiene homogénea e inmutable a través del movimiento y del cambio de lo que sucede en él. Esta entidad es físicamente real o verdadera, según Newton. Se le atribuía entonces una existencia ontológica. Sin embargo, es muy difícil de concebir, pues somos seres finitos insertados en contextos también finitos. No sobrevolamos el mundo, ni mucho menos el universo entero como para poder captar un tiempo tal y como lo describe Newton; no somos dioses.

Conceptualmente, sí podemos formular nociones absolutas que superen nuestra condición finita. Ya se ha hecho, y de sobra. Pero a tales conceptos se les ha dado una existencia tan real, que lo real de nuestra condición como seres humanos ha pasado a un segundo plano. Hemos olvidado que somos corporalidades insertadas en el mundo y en la historia. Es más, no en toda la Tierra ni en toda la historia (si se concibe esta última como un gran conjunto de acontecimientos, tal y como lo hacen tradicionalmente las ciencias sociales o del espíritu). Estamos insertados en lugares determinados, nos movemos en situaciones concretas. Somos, también, parte del mundo y de la historia. De nuevo: no somos dioses como para abstraernos hasta de nosotros mismos.

El carácter absoluto del tiempo defendido por Newton, entre otros, fue el dominante en la modernidad. Y recuérdese: junto con las nociones absolutas está la idea de un observador privilegiado que puede captar plenamente la totalidad: dios. Distintas corrientes de pensamiento ilustradas o modernas le confieren al ser humano el puesto de dios; es el ser humano hecho dios. Con ello, está también la pretensión de llegar a una verdad absoluta, a la episteme en un sentido estricto. Ello implica, claramente, una abstracción, es decir, el abstraerse de lo que acontece para observarlo desde quien sabe qué "privilegiado" lugar.

La teoría de la relatividad cuestiona todo el sistema de la física clásica (fundamentalmente newtoniana), tal y como ha podido advertirse. Relativizó la concepción del tiempo: propuso un tiempo relativo a la diversidad de sistemas de referencia desde los cuales puede un ser humano observar un suceso. En términos generales, puede decirse que, con la revolución einsteniana, nada puede afirmarse que no esté esencialmente condicionado por la perspectiva del observador[22]. Esta idea no lleva a caer en un relativismo o en un subjetivismo que relegue la realidad a los caprichos de una persona. No es tal porque, precisamente, el ser humano no es un ser abstraído en su interior ni en ninguna parte del universo donde pueda contemplarlo todo en su absoluta verdad. Ya se ha dicho aquí: el ser humano es una corporalidad insertada en el mundo y en la historia; su vida está condicionada por ello. Así mismo, él condiciona al mundo y a la historia; somos seres activos, no sólo pasivos. La perspectiva de un ser humano implica entonces toda una situación corporal. De aquí, puede decirse que la relatividad en el caso del tiempo que Einstein defiende, tiene que ver con la corporalidad que somos, en tanto que depende del lugar o del movimiento de los observadores de un suceso.

Ahora, se había mencionado antes que Einstein no se refiere únicamente a relojes mecánicos, sino que pudo haberse referido a relojes orgánicos, al tiempo vital del ser humano en tanto que es una corporalidad, un cuerpo, un organismo vivo. A partir del fenómeno llamado dilatación del tiempo, con el cual Einstein afirma que un reloj en movimiento funciona más despacio que un reloj en reposo, puede afirmarse que todos los procesos físicos, químicos y biológicos se retardan respecto de un reloj estacionario (no necesariamente mecánico), cuando son procesos que ocurren en un sistema de referencia en movimiento respecto a un sistema en reposo, en el cual está el reloj estacionario. Esto es lo siguiente:

"La velocidad afecta al tiempo. El tiempo pasa más lentamente para un astronauta en una nave espacial a gran velocidad que para un conductor de la misión de en tierra. El reloj de la pared de la nave espacial va despacio y también el parpadeo de las luces en el panel de control... Todo lo referente al cuerpo de la astronauta va despacio: su frecuencia respiratoria, su pulso cardiaco, incluso el ritmo de su envejecimiento… si todo lo que hay en la nave espacial se ha ralentizado, entonces sus procesos cerebrales se habrán ralentizado también, en la misma proporción, y por lo tanto, también sus pensamientos"[23].

VI

Con todo lo anterior, puede decirse que Einstein tomó en cuenta la experiencia o la vivencia del tiempo que la fenomenología, por ejemplo, resalta y quiere rescatar del olvido. Tanto la filosofía como la física han considerado el tiempo como algo que puede utilizarse, contarse y medirse. "Tal utilización del tiempo implica la capacidad de pensarlo in abstracto, como un tiempo vacío… Es una experiencia del tiempo muy unilateral considerarlo como una cosa que se halla a disposición del ser humano, como un tiempo vacío, homogéneo, que se presenta a la vista como una llanura… El concepto de tiempo orgánico ha sido introducido frente a la concepción del tiempo de la física newtoniana y de la filosofía kantiana"[24] —el cual es una intuición pura o una forma a priori y trascendental de la sensibilidad. El tiempo aquí queda relegado a la dimensión interior de la conciencia, a la vida interior, tal y como en Bergson.

La fenomenología habla de un tiempo vivido, el cual, entre otras cosas, involucra la vivencia histórica (propia de la condición humana). Este tiempo vivido es una concepción que involucra también la experiencia directa o inmediata que tiene la conciencia del tiempo. Pero no hay que confundir esto último con el idealismo o el intelectualismo, corrientes de pensamiento relegan la conciencia a algo meramente "interior" del ser humano. La conciencia en la fenomenología se encuentra a cada rato arrojada al mundo —somos seres-del-mundo, dice constantemente Merleau-Ponty en Fenomenología de la Percepción. Por ello, el tiempo vivido tiene que ver con nuestra inmersión corpórea en el mundo y la consecuente co-existencia con él. El tiempo vivido tiene que ver con nuestra vida cotidiana, donde el movimiento y el espacio están involucrados.

Es forzado afirmar que el tiempo en Einstein es exactamente este tiempo vivido, por supuesto. Pero sí puede afirmarse que el tiempo en la teoría especial de la relatividad, es un tiempo que se vive y que depende de nuestra co-existencia con todo lo que supone el mundo —con los demás seres humanos, con otros seres vivos, con las cosas, etc. El tiempo einsteniano está caracterizado por un complejo entramado de relaciones y vivencias que, como se advirtió, no pueden abstraerse del espacio.



[1] Newton, Principios matemáticos de filosofía natural, p. 127.
[2] Mach, Desarrollo histórico-crítico de la mecánica, p. 194.
[3] Otero, "Einstein y la revolución científica del siglo XX", p. 4.
[4] Einstein, "Sobre la electrodinámica de cuerpos en movimiento", p. 111-112.
[5] Einstein, Sobre la teoría de la relatividad especial y general, p. 7.
[6] Gutiérrez, "Las teorías de la relatividad de Albert Einstein y sus implicaciones filosóficas", http://claudiogutierrez.com
[7] Einstein, Sobre la teoría de la relatividad especial y general, p. 10.
[8] Einstein, Sobre la teoría de la relatividad especial y general, p. 15.
[9] Einstein, Sobre la teoría de la relatividad especial y general, p. 19.
[10] Otero, "Einstein y la revolución científica del siglo XX", p. 11. Esta idea también aparece en: Van Fraassen, Introducción a la filosofía del tiempo y del espacio, p. 182; Padilla, "¿Puede darse por zanjada la controversia Bergson-Einstein?", p. 464-465.
[11] Hawking, El universo en una cáscara de nuez, p. 9.
[12] Einstein, "Sobre la electrodinámica de cuerpos en movimiento", p. 112.
[13] Padilla, "¿Puede darse por zanjada la controversia Bergson-Einstein?", p. 463-464.
[14] Padilla, "¿Puede darse por zanjada la controversia Bergson-Einstein?", p. 464.
[15] Pucelle, El tiempo, p. 35.
[16] Schwartz y McGuinness, Einstein para principiantes, p. 106.
[17] Einstein, "Sobre la electrodinámica de cuerpos en movimiento", p. 116.
[18] Otero, Einstein y la revolución científica del siglo XX, p. 11. Este experimento también se menciona en: Van Fraassen, Introdución a la filosofía del tiempo y del espacio, p. 188; Schwartz y McGuinness, Einstein para principiantes, p. 109-114.
[19] Schwartz y McGuinness, Einstein para principiantes, p. 112.
[20] Gutiérrez, "Las teorías de la relatividad de Albert Einstein y sus implicaciones filosóficas", http://claudiogutierrez.com
[21] Newton, Principios matemáticos de filosofía natural, p. 127.
[22] Gutiérrez, "Las teorías de la relatividad de Albert Einstein y sus implicaciones filosóficas", http://claudiogutierrez.com
[23]Stannard, Russell. "El fascinante mundo de Albert Einstein", http://nti.educa.rcanaria.es/fundoro/einstein_escuela/einstein_russell.htm
[24] Gadamer, "En tiempo en el pensamiento occidental de Esquilo a Heidegger", p. 50-53.

Bibliografía

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____________. Sobre la teoría de la relatividad especial y general. Alianza Editorial. Madrid, España. 1984.
Gadamer, Hans-Georg. "El tiempo en el pensamiento occidental de Esquilo a Heidegger". En: El tiempo y las filosofías. Ediciones Sígueme. Salamanca, España. 1979.
Hawking, Stephen. El universo en una cáscara de nuez. Editorial Crítica. Barcelona, España. 2002.
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Schwartz, Joseph y McGuinness, Michael.
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En Internet…

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Stannard, Russell. "El fascinante mundo de Albert Einstein". En:
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http://www.pensament.com/tiempo.htm

Adriana González Serrano
Revista Senderos. Año XXVIII No. 85.
Setiembre-Diciembre 2006

miércoles, 28 de marzo de 2007

José Martí

miércoles, 28 de marzo de 2007 0
Nuestra América
José Martí
Publicado en: La Revista Ilustrada de Nueva York, 10 de enero de 1891.
El Partido Liberal, México, 30 de enero de 1891.

Cree el aldeano vanidoso que el mundo entero es su aldea, y con tal que él quede de alcalde, o le mortifique al rival que le quitó la novia, o le crezcan en la alcancía los ahorros, ya da por bueno el orden universal, sin saber de los gigantes que llevan siete leguas en las botas y le pueden poner la bota encima, ni de la pelea de los cometas en el Cielo, que van por el aire dormidos engullendo mundos. Lo que quede de aldea en América ha de despertar. Estos tiempos no son para acostarse con el pañuelo en la cabeza, sino con las armas en la almohada, como los varones de Juan de Castellanos: las armas del juicio, que vencen a las otras. Trincheras de ideas valen más que trincheras de piedra.

No hay proa que taje una nube de ideas. Una idea enérgica, flameada a tiempo ante el mundo, para, como la bandera mística del juicio final, a un escuadrón de acorazados. Los pueblos que no se conocen han de darse prisa para conocerse, como quienes van a pelear juntos. Los que enseñan los puños, como hermanos celosos, que quieren los dos la misma tierra, o el de casa chica, que le tiene envidia al de casa mejor, han de encajar, de modo que sean una, las dos manos. Los que, al amparo de una tradición criminal, cercenaron, con el sable tinto en la sangre de sus mismas venas, la tierra del hermano vencido, del hermano castigado más allá de sus culpas, si no quieren que les llame el pueblo ladrones, devuélvanle sus tierras al hermano. Las deudas del honor no las cobra el honrado en dinero, a tanto por la bofetada. Ya no podemos ser el pueblo de hojas, que vive en el aire, con la copa cargada de flor, restallando o zumbando, según la acaricie el capricho de la luz, o la tundan y talen las tempestades; ¡los árboles se han de poner en fila para que no pase el gigante de las siete legua! Es la hora del recuento, y de la marcha unida, y hemos de andar en cuadro apretado, como la plata en las raíces de los Andes.

A los sietemesinos sólo les faltará el valor. Los que no tienen fe en su tierra son hombres de siete meses. Porque les falta el valor a ellos, se lo niegan a los demás. No les alcanza al árbol difícil el brazo canijo, el brazo de uñas pintadas y pulsera, el brazo de Madrid o de París, y dicen que no se puede alcanzar el árbol. Hay que cargar los barcos de esos insectos dañinos, que le roen el hueso a la patria que los nutre. Si son parisienses o madrileños, vayan al Prado, de faroles, o vayan a Tortoni, de sorbetes. ¡Estos hijos de carpintero, que se avergüenzan de que su padre sea carpintero! ¡Estos nacidos en América, que se avergüenzan, porque llevan delantal indio, de la madre que los crió, y reniegan, ¡bribones!, de la madre enferma, y la dejan sola en el lecho de las enfermedades! Pues, ¿quién es el hombre? ¿el que se queda con la madre, a curarle la enfermedad, o el que la pone a trabajar donde no la vean, y vive de su sustento en las tierras podridas con el gusano de corbata, maldiciendo del seno que lo cargó, paseando el letrero de traidor en la espalda de la casaca de papel? ¡Estos hijos de nuestra América, que ha de salvarse con sus indios, y va de menos a más; estos desertores que piden fusil en los ejércitos de la América del Norte, que ahoga en sangre a sus indios, y va de más a menos! ¿Estos delicados, que son hombres y no quieren hacer el trabajo de hombres! Pues el Washington que les hizo esta tierra ¿se fue a vivir con los ingleses, a vivir con los ingleses en los años en que los veía venir contra su tierra propia? ¡Estos «increíbles» del honor, que lo arrastran por el suelo extranjero, como los increíbles de la Revolución francesa, danzando y relamiéndose, arrastraban las erres!

Ni ¿en qué patria puede tener un hombre más orgullo que en nuestras repúblicas dolorosas de América, levantadas entre las masas mudas de indios, al ruido de pelea del libro con el cirial, sobre los brazos sangrientos de un centenar de apóstoles? De factores tan descompuestos, jamás, en menos tiempo histórico, se han creado naciones tan adelantadas y compactas. Cree el soberbio que la tierra fue hecha para servirle de pedestal, porque tiene la pluma fácil o la palabra de colores, y acusa de incapaz e irremediable a su república nativa, porque no le dan sus selvas nuevas modo continuo de ir por el mundo de gamonal famoso, guiando jacas de Persia y derramando champaña. La incapacidad no está en el país naciente, que pide formas que se le acomoden y grandeza útil, sino en los que quieren regir pueblos originales, de composición singular y violenta, con leyes heredadas de cuatro siglos de práctica libre en los Estados Unidos, de diecinueve siglos de monarquía en Francia. Con un decreto de Hamilton no se le para la pechada al potro del llanero. Con una frase de Sieyès no se desestanca la sangre cuajada de la raza india. A lo que es, allí donde se gobierna, hay que atender para gobernar bien; y el buen gobernante en América no es el que sabe cómo se gobierna el alemán o el francés, sino el que sabe con qué elementos está hecho su país, y cómo puede ir guiándolos en junto, para llegar, por métodos e instituciones nacidas del país mismo, a aquel estado apetecible donde cada hombre se conoce y ejerce, y disfrutan todos de la abundancia que la Naturaleza puso para todos en el pueblo que fecundan con su trabajo y defienden con sus vidas. El gobierno ha de nacer del país. El espíritu del gobierno ha de ser el del país. La forma de gobierno ha de avenirse a la constitución propia del país. El gobierno no es más que el equilibrio de los elementos naturales del país.

Por eso el libro importado ha sido vencido en América por el hombre natural. Los hombres naturales han vencido a los letrados artificiales. El mestizo autóctono ha vencido al criollo exótico. No hay batalla entre la civilización y la barbarie, sino entre la falsa erudición y la naturaleza. El hombre natural es bueno, y acata y premia la inteligencia superior, mientras esta no se vale de su sumisión para dañarle, o le ofende prescindiendo de él, que es cosa que no perdona el hombre natural, dispuesto a recobrar por la fuerza el respeto de quien le hiere la susceptibilidad o le perjudica el interés. Por esta conformidad con los elementos naturales desdeñados han subido los tiranos de América al poder; y han caído en cuanto les hicieron traición. Las repúblicas han purgado en las tiranías su incapacidad para conocer los elementos verdaderos del país, derivar de ellos la forma de gobierno y gobernar con ellos. Gobernante, en un pueblo nuevo, quiere decir creador.

En pueblos compuestos de elementos cultos e incultos, los incultos gobernarán, por su hábito de agredir y resolver las dudas con su mano, allí donde los cultos no aprendan el arte del gobierno. La masa inculta es perezosa, y tímida en las cosas de la inteligencia, y quiere que la gobiernen bien; pero si el gobierno le lastima, se lo sacude y gobierna ella. ¿Cómo han de salir de las universidades los gobernantes, si no hay universidad en América donde se enseñe lo rudimentario del arte del gobierno, que es el análisis de los elementos peculiares de los pueblos de América? A adivinar salen los jóvenes al mundo, con antiparras yanquis o francesas, y aspiran a dirigir un pueblo que no conocen. En la carrera de la política habría de negarse la entrada a los que desconocen los rudimentos de la política. El premio de los certámenes no ha de ser para la mejor oda, sino para el mejor estudio de los factores del país en que se vive. En el periódico, en la cátedra, en la academia, debe llevarse adelante el estudio de los factores reales del país. Conocerlos basta, sin vendas ni ambages; porque el que pone de lado, por voluntad u olvido, una parte de la verdad, cae a la larga por la verdad que le faltó, que crece en la negligencia, y derriba lo que se levanta sin ella. Resolver el problema después de conocer sus elementos, es más fácil que resolver el problema sin conocerlos. Viene el hombre natural, indignado y fuerte, y derriba la justicia acumulada de los libros, porque no se administra en acuerdos con las necesidades patentes del país. Conocer es resolver.Conocer el país, y gobernarlo conforme al conocimiento es el único modo de librarlo de tiranías. La universidad europea ha de ceder a la universidad americana. La historia de América, de los incas acá, ha de enseñarse al dedillo, aunque no se enseñe la de los arcontes de Grecia. Nuestra Grecia es preferible a la Grecia que no es nuestra. Nos es más necesaria. Los políticos nacionales han de reemplazar a los políticos exóticos. Injértese en nuestras repúblicas el mundo; pero el tronco ha de ser el de nuestras repúblicas. Y calle el pedante vencido; que no hay patria en que pueda tener el hombre más orgullo que en nuestras dolorosas repúblicas americanas.

Con los pies en el rosario, la cabeza blanca y el cuerpo pinto de indio y criollo, venimos, denodados, al mundo de las naciones. Con el estandarte de la Virgen salimos a la conquista de la libertad. Un cura, unos cuantos tenientes y una mujer alzan en México la república, en hombros de los indios. Un canónigo español, a la sombra de su capa, instruye la libertad francesa a unos cuantos bachilleres magníficos, que ponen de jefe de Centro América contra España al general de España. Con los hábitos monárquicos, y el Sol por pecho, se echaron a levantar pueblos los venezolanos por el Norte y los argentinos por el Sur. Cuando los dos héroes chocaron, y el continente iba a temblar, uno, que no fue el menos grande, volvió riendas. Y como el heroísmo en la paz es más escaso, porque es menos glorioso que el de la guerra; como al hombre le es más fácil morir con honra que pensar con orden; como gobernar con los sentimientos exaltados y unánimes es más hacedero que dirigir, después de la pelea, los pensamientos diversos, arrogantes, exóticos o ambiciosos; como los poderes arrollados en la arremetida épica zapaban, con la cautela felina de la especie y el peso de lo real, el edificio que habían izado, en las comarcas burdas y singulares de nuestra América mestiza, en los pueblos de pierna desnuda y casaca de París, la bandera de los pueblos nutridos de savia gobernante en la práctica continua de la razón y de la libertad; como la constitución jerárquica de las colonias resistía la organización democrática de la República, o las capitales de corbatín dejaban en el zaguán al campo de bota y potro, o los redentores bibliógenos no entendieron que la revolución que triunfó con el alma de la tierra había de gobernar, y no contra ella ni sin ella, entró a padecer América, y padece, de la fatiga de acomodación entre los elementos discordantes y hostiles que heredó de un colonizador despótico y avieso, y las ideas y formas importadas que han venido retardando, por su falta de realidad local, el gobierno lógico. El continente descoyuntado durante tres siglos por un mando que negaba el derecho del hombre al ejercicio de su razón, entró, desatendiendo o desoyendo a los ignorantes que lo habían ayudado a redimirse, en un gobierno que tenía por base la razón; la razón de todos en las cosas de todos, y no la razón universitaria de unos sobre la razón campestre de otros. El problema de la independencia no era el cambio de formas, sino el cambio de espíritu.

Con los oprimidos había que hacer una causa común, para afianzar el sistema opuesto a los intereses y hábitos de mando de los opresores. El tigre, espantado del fogonazo, vuelve de noche al lugar de la presa. Muere echando llamas por los ojos y con las zarpas al aire. No se le oye venir, sino que viene con zarpas de terciopelo. Cuando la presa despierta, tiene al tigre encima. La colonia continuó viviendo en la república; y nuestra América se está salvando de sus grandes yerros -de la soberbia de las ciudades capitales, del triunfo ciego de los campesinos desdeñados, de la importación excesiva de las ideas y fórmulas ajenas, del desdén inicuo e impolítico de la raza aborigen-, por la virtud superior, abonada con sangre necesaria, de la república que lucha contra la colonia. El tigre espera, detrás de cada árbol, acurrucado en cada esquina. Morirá, con las zarpas al aire, echando llamas por los ojos.

Pero «estos países se salvarán», como anunció Rivadavia el argentino, el que pecó de finura en tiempos crudos; al machete no le va vaina de seda, ni el país que se ganó con lanzón se puede echar el lanzón atrás, porque se enoja y se pone en la puerta del Congreso de Iturbide «a que le hagan emperador al rubio». Estos países se salvarán porque, con el genio de la moderación que parece imperar, por la armonía serena de la Naturaleza, en el continente de la luz, y por el influjo de la lectura crítica que ha sucedido en Europa a la lectura de tanteo y falansterio en que se empapó la generación anterior, le está naciendo a América, en estos tiempos reales, el hombre real.

Éramos una visión, con el pecho de atleta, las manos de petimetre y la frente de niño. Éramos una máscara, con los calzones de Inglaterra, el chaleco parisiense, el chaquetón de Norteamérica y la montera de España. El indio, mudo, nos daba vueltas alrededor, y se iba al monte, a la cumbre del monte, a bautizar a sus hijos. El negro, oteado, cantaba en la noche la música de su corazón, solo y desconocido, entre la olas y las fieras. El campesino, el creador, se revolvía, ciego de indignación, contra la ciudad desdeñosa, contra su criatura. Éramos charreteras y togas, en países que venían al mundo con la alpargata en los pies y la vincha en la cabeza. El genio hubiera estado en hermanar, con la caridad del corazón y con el atrevimiento de los fundadores, la vincha y la toga; en desestancar al indio; en ir haciendo lado al negro suficiente; en ajustar la libertad al cuerpo de los que se alzaron y vencieron por ella. Nos quedó el oidor, y el general, y el letrado, y el prebendado. La juventud angélica, como de los brazos de un pulpo, echaba al Cielo, para caer con gloria estéril, la cabeza, coronada de nubes. El pueblo natural, con el empuje del instinto, arrollaba, ciego de triunfo, los bastones de oro. Ni el libro europeo, ni el libro yanqui, daban la clave del enigma hispanoamericano. Se probó el odio, y los países venían cada año a menos. Cansados del odio inútil de la resistencia del libro contra la lanza, de la razón contra el cirial, de la ciudad contra el campo, del imperio imposible de las castas urbanas divididas sobre la nación natural, tempestuosa e inerte, se empieza, como sin saberlo, a probar el amor. Se ponen en pie los pueblos, y se saludan. «¿Cómo somos?» se preguntan; y unos a otros se van diciendo cómo son. Cuando aparece en Cojímar un problema, no van a buscar la solución a Dantzig. Las levitas son todavía de Francia, pero el pensamiento empieza a ser de América. Los jóvenes de América se ponen la camisa al codo, hunden las manos en la masa, y la levantan con la levadura del sudor. Entienden que se imita demasiado, y que la salvación está en crear. Crear es la palabra de pase de esta generación. El vino, de plátano; y si sale agrio, ¡es nuestro vino! Se entiende que las formas de gobierno de un país han de acomodarse a sus elementos naturales; que las ideas absolutas, para no caer por un yerro de forma, han de ponerse en formas relativas; que la libertad, para ser viable, tiene que ser sincera y plena; que si la república no abre los brazos a todos y adelanta con todos, muere la república. El tigre de adentro se echa por al hendija, y el tigre de afuera. El general sujeta en la marcha la caballería al paso de los infantes. O si deja a la zaga a los infantes, le envuelve el enemigo la caballería. Estrategia es política. Los pueblos han de vivir criticándose, porque la crítica es la salud; pero con un solo pecho y una sola mente. ¡Bajarse hasta los infelices y alzarlos en los brazos! ¡Con el fuego del corazón deshelar la América coagulada! ¡Echar, bullendo y rebotando, por las venas, la sangre natural del país! En pie, con los ojos alegres de los trabajadores, se saludan, de un pueblo a otro, los hombres nuevos americanos. Surgen los estadistas naturales del estudio directo de la Naturaleza. Leen para aplicar, pero no para copiar. Los economistas estudian la dificultad en sus orígenes. Los oradores empiezan a ser sobrios. Los dramaturgos traen los caracteres nativos a la escena. Las academias discuten temas viables. La poesía se corta la melena zorrillesca y cuelga del árbol glorioso el chaleco colorado. La prosa, centelleante y cernida, va cargada de idea. Los gobernadores, en las repúblicas de indios, aprenden indio.

De todos sus peligros se va salvando América. Sobre algunas repúblicas está durmiendo el pulpo. Otras, por la ley del equilibrio, se echan a pie a la mar, a recobrar, con prisa loca y sublime, los siglos perdidos. Otras, olvidando que Juárez paseaba en un coche de mulas, ponen coche de viento y de cochero a una pompa de jabón; el lujo venenoso, enemigo de la libertad, pudre al hombre liviano y abre la puerta al extranjero. Otras acendran, con el espíritu épico de la independencia amenazada, el carácter viril. Otras crían, en la guerra rapaz contra el vecino, la soldadesca que puede devorarlas. Pero otro peligro corre, acaso, nuestra América, que no le viene de sí, sino de la diferencia de orígenes, métodos e intereses entre los dos factores continentales, y es la hora próxima en que se le acerque, demandando relaciones íntimas, un pueblo emprendedor y pujante que la desconoce y la desdeña. Y como los pueblos viriles, que se han hecho de sí propios, con la escopeta y la ley, aman, y sólo aman, a los pueblos viriles; como la hora del desenfreno y la ambición, de que acaso se libre, por el predominio de lo más puro de su sangre, la América del Norte, o en que pudieran lanzarla sus masas vengativas y sórdidas, la tradición de conquista y el interés de un caudillo hábil, no está tan cercana aún a los ojos del más espantadizo, que no dé tiempo a la prueba de altivez, continua y discreta, con que se la pudiera encara y desviarla; como su decoro de república pone a la América del Norte, ante los pueblos atentos del Universo, un freno que no le ha de quitar la provocación pueril o la arrogancia ostentosa o la discordia parricida de nuestra América, el deber urgente de nuestra América es enseñarse como es, una en alma e intento, vencedora veloz de un pasado sofocante, manchada sólo con sangre de abono que arranca a las manos la pelea con las ruinas, y la de las venas que nos dejaron picadas nuestros dueños. El desdén del vecino formidable, que no la conoce, es el peligro mayor de nuestra América; y urge, porque el día de la visita está próximo, que el vecino la conozca, la conozca pronto, para que no la desdeñe. Por el respeto, luego que la conociese, sacaría de ella las manos. Se ha de tener fe en lo mejor del hombre y desconfiar de lo peor de él. Hay que dar ocasión a lo mejor para que se revele y prevalezca sobre lo peor. Si no, lo peor prevalece. Los pueblos han de tener una picota para quien les azuza a odios inútiles; y otra para quien no les dice a tiempo la verdad.

No hay odio de razas, porque no hay razas. Los pensadores canijos, los pensadores de lámparas, enhebran y recalientan las razas de librería, que el viajero justo y el observador cordial buscan en vano en la justicia de la Naturaleza, donde resalta en el amor victorioso y el apetito turbulento, la identidad universal del hombre. El alma emana, igual y eterna, de los cuerpos diversos en forma y en color. Peca contra la Humanidad el que fomente y propague la oposición y el odio de las razas. Pero en el amasijo de los pueblos se condensan, en la cercanía de otros pueblos diversos, caracteres peculiares y activos, de ideas y de hábitos, de ensanche y adquisición, de vanidad y de avaricia, que del estado latente de preocupaciones nacionales pudieran, en un período de desorden interno o de precipitación del carácter acumulado del país, trocarse en amenaza grave para las tierras vecinas, aisladas y débiles, que el país fuerte declara perecederas e inferiores. Pensar es servir. Ni ha de suponerse, por antipatía de aldea, una maldad ingénita y fatal al pueblo rubio del continente, porque no habla nuestro idioma, ni ve la casa como nosotros la vemos, ni se nos parece en sus lacras políticas, que son diferentes de las nuestras; ni tiene en mucho a los hombres biliosos y trigueños, ni mira caritativo, desde su eminencia aún mal segura, a los que, con menos favor de la Historia, suben a tramos heroicos la vía de las repúblicas; ni se han de esconder los datos patentes del problema que puede resolverse, para la paz de los siglos, con el estudio oportuno y la unión tácita y urgente del alma continental. ¡Porque ya suena el himno unánime; la generación actual lleva a cuestas, por el camino abonado por los padres sublimes, la América trabajadora; del Bravo a Magallanes, sentado en el lomo del cóndor, regó el Gran Semí, por las naciones románticas del continente y por las islas dolorosas del mar, la semilla de la América nueva!.

martes, 27 de marzo de 2007

Alejo Carpentier

martes, 27 de marzo de 2007 3

miércoles, 21 de marzo de 2007

Videos de Filósofos en Internet

miércoles, 21 de marzo de 2007 20
En internet hay un número limitado de videos de filósofos o que tienen que ver directamente con filosofía. Algunos de ellos son sólamente fragmentos de documentales más largos y otros audioclips o montajes fotográficos acompañados de narración. No hay ninguno en castellano. La mayoría vienen sin subtitular en inglés, francés y alemán que, por lo demás, son las lenguas filosóficas más asiduas. Sin embargo, sigue siendo de interés el tener la oportunidad de ver a los filósofos contemporáneos que han sido captados en cámara.

Los siguientes videos son, hasta donde tenemos noticia, todos o casi todos los que se pueden encontrar en línea. Se encuentran en YouTube, Daily Motion y Google Video, y los ponemos en esta entrada merced a la cortesía de Phiblógsopho.

1. Nietzsche: Montaje Fotográfico.

2. Nietzsche Pops: Liquid Television.

3. Nietzsche y el Cristianismo.

4. Martin Heidegger: Im Denken unterwegs... Parte I.

5. Martin Heidegger: Im Denken unterwegs... Parte II.

6. Chomsky vs Foucault. Parte I.

7. Chomsky vs Foucault. Parte II.

8. Michel Foucault sobre la sociedad disciplinaria, parte I.

9. Michel Foucault sobre la sociedad disciplinaria, parte II.

10. Michel Foucault sobre el placer y el deseo.

11. Heidegger en anime.

12. L'Abécédaire de Gilles Deleuze, parte 1.

13. L'Abécédaire de Gilles Deleuze, parte 2.

14. Últimas Imágenes de Nietzsche.

15. Hannah Arendt im Gespräch mit Günter Gaus.

16. Wittgenstein trailer.

17. Nueva York recuerda a Derrida.

18. Derrida en torno a su actividad como escritor.

19. Enrico Ghezzi. Derrida, parte I.

20. Derrida. Perdonar lo Imperdonable.

21. Derrida sobre la oración, parte I.

22. Derrida sobre la oración, parte II.

23. Derrida sobre la oración, parte III.

24. Derrida: Deconstrucción y Cristianismo, parte I.

25. Derrida: Deconstrucción y Cristianismo, parte II.

26. Derrida en torno al amor y el ser.

27. Derrida: la revelación y la revelabilidad.

28. D'ailleurs Derrida.

29. Derrida: Ateísmo y Creencia.

30. Derrida: La Figura del Marrano.

31. Slavoj Zizek: The Spectator's Malevolent Neutrality (1).

32. Slavoj Zizek: The Spectator's Malevolent Neutrality (2).

33. Slavoj Zizek: The Spectator's Malevolent Neutrality (3).

34.
Slavoj Zizek: The Spectator's Malevolent Neutrality (4).

35. Slavoj Zizek: The Spectator's Malevolent Neutrality (5).

36. Slavoj Zizek: The Spectator's Malevolent Neutrality (6).

37.
Slavoj Zizek: The Spectator's Malevolent Neutrality (7).

38.
Slavoj Zizek: The Spectator's Malevolent Neutrality (8).

39.
Slavoj Zizek: The Spectator's Malevolent Neutrality (9).

40.
Slavoj Zizek: The Spectator's Malevolent Neutrality (10).

41.
Slavoj Zizek: The Spectator's Malevolent Neutrality (11).

42. Zizek: Pervert's Guide to Cinema (1).

43. Zizek: Pervert's Guide to Cinema (2).

44. Zizek sobre la masturbación.

45. Slavoj Zizek: Why only an atheist can believe (1).

46.
Slavoj Zizek: Why only an atheist can believe (2).

47.
Slavoj Zizek: Why only an atheist can believe (3).

48.
Slavoj Zizek: Why only an atheist can believe (4).

49.
Slavoj Zizek: Why only an atheist can believe (5).

50.
Slavoj Zizek: Why only an atheist can believe (6).

51.
Slavoj Zizek: Why only an atheist can believe (7).

52.
Slavoj Zizek: Why only an atheist can believe (8).

53.
Slavoj Zizek: Why only an atheist can believe (9).

54.
Slavoj Zizek: Why only an atheist can believe (10).

55.
Slavoj Zizek: Why only an atheist can believe (11).

56.
Slavoj Zizek: Why only an atheist can believe (12).

57. Zizek!

58. Zizek on Film Theory.

59. Foucault: Les mots et les choses (1).

60. Foucault: Les mots et les choses (2).

61. Claude Levi Strauss (1).

62. Claude Levi Strauss (2).

63. Gilles Deleuze: Le Point de Vue.

64. Gilles Deleuze: L'acte de création.

65. Gilles Deleuze à Vincennes.

66. Debate Fédier-Faye sobre Heidegger y el Nazismo (1).

67.
Debate Fédier-Faye sobre Heidegger y el Nazismo (2).

68. Debate Fédier-Faye sobre Heidegger y el Nazismo (3).

69.
Debate Fédier-Faye sobre Heidegger y el Nazismo (4).

70. Jorge Acevedo: La Esencia de la Técnica Moderna en Heidegger.

71. Daniel Dennett: Lecture on Religion (1).

72.
Daniel Dennett: Lecture on Religion (2).

73.
Daniel Dennett: Lecture on Religion (3).

74.
Daniel Dennett: Lecture on Religion (4).

75.
Daniel Dennett: Lecture on Religion (5).

76. El Marqués de Sade.



domingo, 18 de marzo de 2007

Alemania vs. Grecia

domingo, 18 de marzo de 2007 0

 
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