jueves, 27 de diciembre de 2007

Capitalistas, sí..., pero zen…

jueves, 27 de diciembre de 2007 0

La entrega final de la serie Star Wars [La Guerra de las Galaxias], Episodio III: La Venganza de los Sith (2005),[1] nos revela el momento crucial sobre el que pivota toda la saga, a saber, la conversión del "buen" Anakin Skywalker en el "malvado" Darth Vader, [así como el derrocamiento de la República por el Imperio Galáctico.] Su director, George Lucas, establecía así un paralelismo entre el individuo y la política.

En el momento crucial de la saga de La Guerra de las Galaxias, George Lucas establece un paralelismo entre el individuo y la política.

A nivel individual, su explicación recordaba a una especie de budismo pop: "Él [Anakin] se convierte en Darth Vader porque se apega a las cosas", explica Lucas. "No consigue separarse de su madre; no consigue separarse de su novia. No consigue renunciar a las cosas. Ese apego se torna ávido. Y cuando eres ávido, estás en camino al Lado Oscuro, pues temes que vayas a perder lo que posees."[2] Por contra, la Orden Jedi[3], como si de una nueva versión de la Comunidad del Grial (elogiada por el compositor Richard Wagner en su Parsifal) se tratase, aparece como una comunidad masculina cerrada que prohíbe a sus miembros cualquier forma de apego.

A nivel político, la explicación resulta aún más reveladora: "¿Cómo se convirtió la República en el Imperio? (Cuestión paralela: ¿Cómo se convirtió Anakin en Darth Vader?) ¿Cómo se convierte una democracia en una dictadura? No es porque el Imperio conquistara la República, sino que la República es el Imperio."[4] El Imperio nace de la corrupción inherente a la República. Lucas explica que: "Un día, la princesa Leia y sus amigos se despertaron diciéndose, 'Ésta ya no es más la República, es el Imperio. Y nosotros somos ahora los malos'."[5]


Seguir leyendo...


Habermas: El Proyecto Kantiano de la Ley Cosmopolita




Ver las demás partes de la lección...

miércoles, 26 de diciembre de 2007

Dialogo de los muertos

miércoles, 26 de diciembre de 2007 0



Luciano de Samósata


Capítulo I - Diógenes y Pólux

DIOGENES - Pólux, en cuanto subas a la tierra -pues mañana es a ti a quien le toca resucitar y no a tu hermano Cástor-, deberás buscar a Menipo, el cínico, -que suele estar en el Cranion o en el Liceo de Corinto, burlándose de cómo los filósofos discuten los unos con los otros sin cesar-, y decirle lo siguiente: Menipo, puesto que de las cosas terrenales ya te has reído suficiente, Diógenes desea que vayas como su invitado al Hades, donde podrás reírte muchísimo más. Aquí abajo, la duda pone límites a tu risa y no dejáis de cuestionaros: ¿Quién conoce el mundo que hay al otro lado de la muerte? En cambio allí no pararás de dar carcajadas, como yo, sobre todo cuando veas a los ricos, sátrapas y tiranos, a cual más humilde e insignificante, sólo diferenciándose del resto por sus gemidos, debilitados por su escasa hombría y vileza que les hace recordar constantemente los bienes terrenales. Quiero que le digas todo esto, y sobre todo que no se olvide de traer la alforja llena de altramuces y si es posible, algo de comida de Hécate, si encuentra una tirada en alguna encrucijada, un huevo de algún sacrificio expiatorio, o algo que se le parezca.

POLUX - Se lo diré, no debes preocuparte, Diógenes. Ahora dame su descripción para que yo pueda reconocer a ese hombre sin equivocaciones.

DlÓGENES - Es viejo, calvo, y lleva un manto desgastado con agujeros por todas partes, y va lleno de parches de distintos colores que le dan a esa capa una peculiar tonalidad. Suele estar riendo, y muchas veces burlándose de esos filósofos orgullosos.

POLUX - Con tal descripción, no tendré ninguna dificultad para encontrarle.

DlÓGENES - ¿Podrías también decirles algo de mi parte a esos filósofos?

POLUX - Adelante. No será ninguna molestia.

DlÓGENES - Diles que dejen ya de decir estupideces, que acaben sus discusiones sobre el Universo, que dejen de ponerse cuernos los unos a los otros, y de inventar cocodrilos, siempre exhibiendo su inteligencia con esos absurdos acertijos.

POLUX - Pero me tacharán de inculto e ignorante si pongo en duda su sabiduría.

DlÓGENES - Si lo hacen, envíales al infierno de mi parte.

POLUX - Eso haré, Diógenes.

DlÓGENES - Y a los ricos, mi pequeño y querido Polux, pregúntales que por qué razón se comportan como necios guardando toda su fortuna bajo llave, y también pregúntales por qué se torturan calculando intereses y amontonando talentos si tarde o temprano vendrán aquí con tan sólo un donativo.

POLUX - Haré lo que me ordenas.

DIÓGENES - Por último, me gustaría que llevarás un mensaje a ese par de fuertes y hermosos jóvenes, Megilo, el Corintio y Damaxeno el púgil, que aquí no entendemos ni de rubias melenas, ni de ojos claros o negros, ni de caras azoradas, ni de tensos músculos, ni de grandes espaldas: aquí sólo entendemos de una cosa: de cráneos carentes totalmente de belleza.

POLUX - Tampoco me es molesto llevarles ese mensaje.

DIÓGENES - Y a los pobres -que son muchos, hombres descontentos por su mala fortuna y que lloran lastimosamente su pobreza-, diles de mi parte, Lacedemonio, -después de hablarles de la igualdad que aquí reina-, que ya no se lamenten más, pues aquí podrán contemplar cómo los ricos se encuentran al mismo nivel que ellos. Y a tus paisanos los lacedemonios, si te parece bien, me gustaría echarles en cara su actual debilidad frente a su pasada fortaleza.

POLUX - En cuanto a los lacedemonios, no digas nada, Diógenes. No tolero que sean reprimidos. A todos los demás sí que les llevaré tu mensaje.

DIÓGENES - Ya que así lo deseas, dejaremos en paz a estos últimos, pero lleva esos recados a los demás que he mencionado.

SEGUIR LEYENDO

La llamada. Anotaciones sobre los parágrafos 54, 55, 56 de Ser y Tiempo. Heráclito como buscador de sí mismo


Adriana González Serrano

El señor, cuyo oráculo está en Delfos, ni dice ni oculta, sino que indica.

Heráclito

Y porque el Dasein es cada vez su posibilidad,

este ente puede en su ser escogerse, ganarse a sí mismo,

puede perderse, es decir, no ganarse jamás o sólo ganarse aparentemente.

Heidegger

I

Apolo daba sabiduría a los seres humanos lanzándoles palabras. Pero estas eran como flechas que herían desde lejos, enigmas que provocaban y desafiaban a los seres humanos: era una cuestión de vida o muerte resolverlos. Heráclito también lanzó enigmas provocativos y desafiantes, sentencias oraculares al modo de Apolo que, como lo dice en el fragmento 93 que sirve de epígrafe a este texto, ni dicen ni ocultan sino que indican. Heráclito lanzó una provocación y un desafío al pensar, a la comprensión, al saber de nosotros mismos: al fin y al cabo ¡aún nos jugamos la vida!

Heráclito critica la inercialidad de la vida humana: “pero a los demás se les escapa cuanto hacen despiertos, igual que se olvidan de cuanto hacen dormidos”. El fragmento indica que vivimos como si soñáramos, que nuestras experiencias no tienen consecuencias, que no son acciones, que no son propias. Heráclito advierte que la physis es actividad. De aquí que, a través de sus enigmáticos fragmentos, tanto en la forma como en el contenido, obliga al pensamiento a moverse, a actuar, a ir y venir, a jugar, a jugárselas sabiendo jugar. La propuesta de Heráclito, por lo tanto, es una phrónesis. Werner Jeager en La teología de los primeros filósofos griegos (1953), indica que a diferencia de Parménides, la palabra griega que Heráclito utilizó para pensar no es noein sino fronein. En el artículo “De las múltiples dimensiones del logos heraclitano. Reflexiones en torno al capítulo VII de W. Jaeger, La teología de los primeros filósofos griegos”, Mariano Nova, parafraseando a Jeager, dice: “el logos es eterno, pero los hombres no alcanzan a comprenderlo. Esta comprensión, la esencia de la actividad filosófica, es designada por Heráclito con el término phronein, en notoria contraposición con el término utilizado por Parménides. Phronein designa la actividad propia del phronimós, del hombre prudente y justo. “Comprender” el logos implica comportarse de acuerdo a su justicia, obrar justamente. Heráclito dota al saber filosófico por primera vez de una dimensión social y política. Jeager es enfático al llamar la atención entorno al hecho de que «Heráclito es el primer pensador que no sólo desea conocer la verdad, sino que además sostiene que ese conocimiento renovará la vida humana»”.

Gadamer sostiene una tesis parecida. En el Inicio de la sabiduría dice que con Heráclito se trata de una nueva forma de literatura basada en sentencias, es decir, que los fragmentos que nos son trasmitidos no forman parte de un texto en prosa coherente al modo de Parménides; el estilo heraclíteo tendría un origen distinto, o por lo menos se apartaría, de la forma épica de Homero y Hesíodo. Esta nueva forma de literatura cobra mayor sentido si consideramos la obra de Heráclito no de carácter cosmogónico o cosmológico sino existencial. Cobra sentido porque con sus sentencias oraculares, Heráclito nos llama a la vida, nos llama a nosotros mismos.

Cuando a Sócrates le preguntaron por la obra de Heráclito, dijo: “lo que he comprendido es excelente, y creo que también lo que no he comprendido. Sin embargo, se necesita un buzo de Delos”. Se necesita un auténtico experto del buceo para sacar de las profundidades a la luz las palabras heraclíteas. ¡Pero acaso también para buscarse a sí mismo! El mismo Heráclito dice en el fragmento 45: "los límites del alma, por más que procedas, no lograrías encontrarlos aun cuando recorrieras todos los caminos: tan profundo tiene su logos”.

PARA SEGUIR LEYENDO


lunes, 17 de diciembre de 2007

Materiales Filosóficos

lunes, 17 de diciembre de 2007 0



 
Asociación de Estudiantes de Filosofía UCR. Design by Pocket