Por Adriana González Serrano
No me pregunten quién soy
ni me pidan que siga siendo el mismo
M. Foucault
De tantos hombres que soy, que somos,
no puedo encontrar a ninguno
Mientras escribo estoy ausente
y cuando vuelvo ya he partido
P. Neruda
Al otro, A Borges, es a quien le ocurren las cosas…
Así mi vida es una fuga y todo lo pierdo y todo es del olvido, o del otro
J. L. Borges
Nos volvemos fetichistas cuando traemos a la conciencia los presupuestos de la metafísica del lenguaje, o sea de la razón. El lenguaje ve por todas partes actores y acción: así se origina la creencia de que la voluntad es la causa por excelencia; de que el ‘YO’ es ser y sustancia, lo que es posteriormente proyectado sobre todas las cosas (con la creación misma del concepto ‘cosa’). El ser es considerado en todo momento como causa primera, es presupuesto; de la conciencia del ‘YO’ se sigue en primer lugar, como derivativo necesario, el concepto de ‘ser’
F. Nietzsche
¡¿Poner-se a sí mismo?! Tarea ardua, pero más que todo, paradójica. La renuncia a sí mismo instalada a través de la histórica moralina de occidente frena la investigación de sí mismo, una investigación no teórica, por supuesto, sino existencial, existenciaria, fenomenológica, hermenéutica. De hecho, ante la pregunta «¿quién soy?» tendemos a salirnos de sí y a ponernos en puras categorías: yo, ser humano, mujer, hija, nieta, hermana, novia, amiga, profesora, estudiante, desconocida... Precisamente de manera teórica, pretendemos espectarnos para decir quiénes somos. De aquí que tendamos también a entretenernos con actividades supuestamente implicadas en esas categorías: siempre estamos en constante ocupación y solicitud.
Ahora bien, investigarse a sí mismo no quiere decir dejar de estar ocupados y solicitados: ello se lograría muriendo. El estar-en-el-mundo es esencialmente cuidado en sus dos formas, ocupación —el estar en medio del ente a la mano— y solicitud —el estar con los otros.
El problema es creer que somos todo y únicamente lo que puras determinaciones ónticas —categorías— dicen que somos. El problema es ser fetichistas.
La investigación de sí mismo no tiene un sentido óntico.
¡¿Poner-se a sí mismo?! ¡Imposible! ¡No hay algo que poner! Sin embargo, no escribir nada sería ceder antes las palabras, haber creído en la gramática —¡otra determinación óntica. ¡Así que nada más jugaré con ustedes! —con las palabras— poniéndolas y quitándolas y volviéndolas a poner y volviéndolas a quitar… como el niño que, jugando, coloca piedras acá y allá y construye montones de arena y luego los derriba.
Así he jugado y juego conmigo misma. Sólo que los montones de arena a veces se solidifican tanto que no los puedo derribar, o no me atrevo a hacerlo. Sí, porque soy cobarde. Sólo que a veces olvido que coloco tal piedra por allá, tanto que se incrusta, y molesta y no me percato de que está ahí, de que yo la puse ahí y de que la puedo quitar. Sólo que a veces me da pereza y busco —y según yo encuentro— un montón de arena ya hecho en el cual conformarme. Sólo que a veces, por un instante, el juego parece detenerse y digo “…he llegado…” pero justo cuando lo digo se me escapa, se fuga, corre como agua por los dedos: es para decir “¡uy! ¡ahí estaba!”.
3 comentarios:
Me encantó Adri.
Al escribir trazamos nuestros contornos. En cada oración destapamos algo que yacía oculto y silencioso, e inmediatamente desaparece. Vivimos engañados creyendo saber los que somos, lo que queremos; al escribir, esas certezas aparecen en su frágil dimensión de ilusiones.
Aparece el otro, que nos desconcierta, nos hace dudar. Al escribir, el otro soy yo. Por eso el temor a escribir, a darle permanencia a ese otro que soy yo. Porque luego podrá saltar del pasado a enfrentarme, a recordarme que que yo no soy.
gracias agus! por tu comentario.
cuesta escribir-se porque no nos podemos ver "desde fuera" para delimitarnos con las palabras... talvez por eso al intentar escribir-se surgen voces que yacían ocultas y silenciosas.
ADRI
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