domingo, 13 de mayo de 2007

Derrotado o de la moral del amigo de los niños

domingo, 13 de mayo de 2007

Javier Torres Vindas

Lo que soy yo, me declaro infinitamente derrotado, es porque me empacha la impudencia. Es como la respuesta del que sabe algo importante que ha sido abiertamente ignorado. La diferencia es que en mi caso todavía no ha llegado el momento en que pueda decirle en la cara a más de uno: "Usted se equivocó con sus fórmulas, se la peló, nos llevó a la mierda y yo siempre lo supe". El asunto de la derrota se explica por lo siguiente:

1. El hecho de saber que casi todo está mal, pero no tener las ganas ni la energía para denunciarlo, mucho menos para tomar acción abierta. (El eterno pensamiento de que la tragedia ya se consumó).

2. Porque no puedo ocultar que en mis sueños, creo que me gustaría estar presente cuando el mundo se vaya a la mierda para verle la cara de idiotas a aquellos que hoy tan campantes dirigen la marcha.

Cuando no acarrea, deshonra. Cuando no implica nada, o sea, cuando la derrota no es aplastamiento sino invisibilización, y encima muy efectiva, queda el derrotado en un estado de cuestionamiento tal, que la única forma de no desaparecer de verdad, es tener la capacidad de sobreponerse a sí mismo, superarse a si mismo y aceptar la existencia del abismo para poder ignorarlo para dejar de desafiarlo y en cambio demostrarle que a pesar de todo hay un resquicio donde "ese otro mundo posible", si es posible: el sórdido y ajado YO.

Een mí, el discurso con objetivo más allá de mí, se murió. Eso sí, es otro asunto ponerse a analizar qué tan trascendente o importante es un espacio como el YO para convertirlo en (cuasi) totalidad, o al menos el YO como el campo de juego definitivo. Yo me inclino por la segunda opción (el yo como campo de juego definitivo, último, límite final), no me interesa el yo como totalidad (la gran cosota), porque el mundo me excede y no me interesa conflictuarme más con el mundo....

En resumen, entre el mundo y yo, me escojo a mí. Me cultivo a mí, me informo a mí, pienso desde mi yo más único (no necesariamente mi yo más individualista, eso es muy difícil), pero el compromiso con el entorno, no lo creo ya posible. Creo que me pasa algo como ese maldito síndrome del poeta, del artista cuando comienza a volverse loco: ya no es la angustia, no es la posibilidad de la nada. Es la derrota.

Pero algo me diferencia de los artistas locos: en el siglo XXI, entre el mundo y yo lo que hay es una fractura, y creo que solo por eso la derrota no me mata. El mundo como estructura humana moderna ha dejado de ser el objetivo de mis actos. He de confesar

que creo haber escogido el destino del capitán de barco, hundirme con mi nave (mi yo), impasible –pero con dignidad- (hundirse con la nave es una entre muchas opciones, que cada quien juzgue la dignidad de su propia opción), para mí, el Iceberg ya hizo su trabajo y francamente, no veo cómo el mundo se pueda recuperar o cambiar. Se lo pongo así: la filosofía ahora es mi cobija, no mi falange espartana. Lo que hay debajo de la cobija es lo que pretendo tal vez algún día dejarle como legado a alguna incauta, para

que como yo, sin remordimientos, le pueda dar la espalda al "bostezo universal" (Enrique Bunbury) en que se ha convertido este dotado de hermosura, pero jadeante mundo.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Estoy bastante de acuerdo, me parece que lo que a muchos los mueve en sus campañas de cambio no es sino una idea romántica de un mundo mejor de revista, o de MTV, que igual sería un fracaso.

No sé si es mejor o peor, no me importan ya esas comparaciones, pero si me parece que prefiero vivir en un mundo que es tal cual es, con la gente tal cual es, sin necesidad de hacerlo todo "bonito y mejor" desde mi pequeña óptica.

Tal vez en la renuncia, o en la derrota esa, aparezca la verdadera libertad de crear, no de cambiar, sino de crear, para mí.

En fin, me alegra que no todos estemos tratando de negar que somos parte de la máquina, que no todos creamos que viene algo "mejor". Y me alegra también que entender eso no nos aniquile, y nos mande más bien en una dirección distinta y hasta nueva.

Buena nota.

Anónimo dijo...

Sigue pasando el tiempo, la edad, y yo no dejo de ser utópico.


Saludos

Anónimo dijo...

Creo en los milagros.

 
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