I
Comencemos con un comentario acerca del siguiente texto: “resulta sumamente significativo que a Tales, a quien se tiene por el primer filósofo, se le atribuya la frase de «todo está lleno de dioses», es decir, en la naturaleza misma están las fuerzas que determinan lo que pasa en ella y la existencia de los hombres en la naturaleza… De Tales a Demócrito, los «sabios» buscan la respuesta a la pregunta por lo que la naturaleza sea: ¿qué es lo que permanece en este flujo incesante del acontecer y del pasar, otorgándole reglas, orden y la confianza del retorno?”[1].
Lo primero que podemos advertir es que los presocráticos decidieron hablar[2] sobre la naturaleza desde la naturaleza misma, sobre las cosas desde las cosas mismas. Esto quiere decir que partieron de la experiencia para explicarla. Y haciendo esto reconocieron una inmanencia… reconocieron autosuficiencia y automovimiento en la naturaleza. De aquí que el concepto «fuvsi"» no refiera a una naturaleza-objeto sino a una naturaleza-acción. Los presocráticos abordaron la naturaleza sin distanciarse de ella, sin objetivarla. Esto es muy significativo. Como lo indica Gadamer, los griegos no tenían ningún concepto para «objetividad» u «objeto»: “apenas podían hablar de una cosa. La palabra que solían usar en este ámbito era pragma, es decir, aquello con lo que se está enredado en la práctica de la vida, lo que no se opone y se enfrenta, pues, como algo a superar, sino aquello en lo que nos movemos y con lo que tenemos que ver”[3]. Por eso no es descabellado hablar de éticas presocráticas que van de la mano con las concepciones de la naturaleza que estos personajes manejaron.
Si revisamos la historiografía encontramos textos amarrados por títulos como «Peri; fuvsew'" aujtw`n» (Sobre la naturaleza) o como «Peri; fuvsew" tw`n ojvntwn» (Sobre la naturaleza de las cosas, de lo que existe, de lo que hay, de lo que es). Son simples títulos que probablemente no fueron los originales, pero describen bien el carácter de los textos: se trataba de hacer ciencia en el sentido de explicar el lugar donde vivían, de comprenderlo y comprenderse en y con el. La mitología ya no les era suficiente para explicar la naturaleza, sobretodo porque la duplicaba e incluso la superaba tanto cuantitativa como cualitativamente, además de hacer trascendente su razón de ser. La mitología proponía multiplicidad para explicar la multiplicidad de la naturaleza: por eso la duplicaba. A muchos quizás les pareció que los dioses únicamente justificaban y no explicaban las cosas, que la mitología nada más narraba constante y detalladamente recuerdos… algo que funciona como la memoria infalible de Ireneo Funes. Por eso surgió el lovgo": “pensar es olvidar diferencias, es generalizar, abstraer. En el abarrotado mundo de Funes no había sino detalles, casi inmediatos”[4]. Por eso los primeros presocráticos comenzaron a buscar unidad tras la multiplicidad de la naturaleza… por eso se preguntaron por lo que permanece… por lo que subyace, por el fundamento —archv— de la naturaleza, de las cosas, de lo que existe, de lo que hay, de lo que es (tw`n ojvntwn)… por lo que hace del cosmos precisamente un cosmos: orden.
Es sabido que el desarrollo de estas preguntas hizo que se llegara a establecer una diferencia entre lo que es y las cosas, entre ser y ente. Para decir algo al respecto, consideremos el ya mencionado término «ojvnto"». Es traducido generalmente como «cosa», pero consideremos que es un participio del verbo eijmiv (ser, estar, haber) y por lo tanto se refiere a «lo que es» «lo que está siendo» «lo que hay» «lo que está (ahí)», lo dado… lo dado es lo que es… lo que es es lo dado. Pero los primeros presocráticos no se quedaron con la forma más inmediata de estar en la naturaleza, con la experiencia cotidiana de la multiplicidad cambiante, sino que se preguntaron por el fundamento de la naturaleza. Y considerando lo que acabamos de decir del término «ojvnto"» este fundamento es inmanente. Lo que siguió ya es historia: los jónicos propusieron tesis monistas, los pitagóricos una estructura matemática para comprender la naturaleza, lo cual introdujo principios formales y ya no materiales como el agua de Tales y el aire de Anaxímenes. Los eleáticos llevaron a sus últimas consecuencias los principios del lovgo" —unidad y permanencia— negando la multiplicidad, el movimiento y el cambio… negando la naturaleza: lo que en un comienzo era lo que se quería explicar.
Heráclito respondió con fuerza y estilo a estas tesis eleatas. Y los pluralistas distinguieron dos planos de la realidad/de lo que es —lo simple y lo compuesto— para no caer en dicotomías que ahogan. Dice Coronado al respecto: “la solución a la crisis eleática supone una decisión de tipo ontológica de radical importancia que consiste en distinguir en la realidad dos planos o niveles, a saber, el de lo simple y de lo compuesto. Con la afirmación de un nivel de lo simple se cumplen las exigencias de la razón, esto es, aquellas de lo permanente, de lo increado, inmutable, inengendrado, etc. Con el plano de lo compuesto se satisface la exigencia de lo sensible, esto es, la pluralidad cambiante, la generación y corrupción, alteración, en fin, el cambio… Acompañando a esta distinción entre lo elemental-simple y lo compuesto-cambiante, aparece la afirmación de una pluralidad de principios”[5]. Es decir, se propone la existencia de arcaiv y ya no de un solo archv; el ser parmenídeo fue fragmentado por los pluralistas.
Concentrémonos en uno de estos pluralistas: Empédocles y sobretodo en su propuesta para comprender la physis como naturaleza-acción.
II
“Empédocles aceptó progresivamente este dominio sin explicar, impenetrable y acientífico, sin poder satisfacerse a sí mismo por ello. Si se atribuye todo movimiento al efecto de unas fuerzas incomprensibles, inclinación y aversión, entonces, en lo fundamental, la ciencia se disuelve en magia. Pero Empédocles se sitúa progresivamente en este límite: y en casi todas las cosas él es una figura límite. Oscila entre médico y mago, poeta y orador, dios y hombre, hombre de ciencia y artista, estadista y sacerdote, entre Pitágoras y Demócrito. Empédocles es una figura policromática de la antigua filosofía. Con él acaba la época del mito, de la tragedia, de lo orgiástico; pero con él también aparece un griego nuevo en forma de estadista democrático, orador, ilustrado, alegórico, hombre de ciencia. En Empédocles se cruzan ambas épocas; es, por completo, un hombre agonal”[6].
Aparte de ser una presentación interesante de Empédocles, Nietzsche menciona que atribuyó todo movimiento al efecto de unas fuerzas incomprensibles: el amor (filiva) y el odio (neikov"). Necesitamos saber que Nietzsche se basa en la interpretación schopenhaueriana de Empédocles. Schopenhauer identifica estas fuerzas con una voluntad inconsciente o con un impulso ciego: “no encomienda a la inteligencia (nou`"), sino a la voluntad la ordenación de las cosas… si Anaxágoras las hace existir por medio de una razón ordenativa, Empédocles las hace existir por medio de una voluntad inconsciente”[7]. De aquí que Nietzsche caracterice las fuerzas como incomprensibles y que diga “si éstas rigen los elementos, entonces todo puede explicarse, hasta el pensamiento… surge un mundo ordenado a partir de esos impulsos contrapuestos, sin cualquier fin, sin cualquier nous”[8]. Surge una naturaleza a partir de elementos y de fuerzas sin que haya algo trascendente a la dinámica entre ambos grupos de principios. Esto es lo que nos interesa rescatar, y para aclararlo, abordemos en términos generales la tesis empedocleana.
Esta tesis se encuentra en el poema Sobre
Empédocles establece entonces una pluralidad de principios o fundamentos de la naturaleza: cuatro raíces —fuego, agua, aire, tierra— y dos fuerzas —amor y odio. Estos fundamentos son permanentes, eternos, inengendrados, es decir, nadie ni nada los pudo haber creado. Por ello son los fundamentos de la naturaleza, la cual se explica como el producto de la dinámica entre las raíces y las fuerzas. «Fuera de ellos (los fundamentos o principios) nada nace luego ni perece… Pues sólo ellos son reales, mas en su mutuo recorrerse se tornan una cosa cada vez, sin dejar de ser ellos mismos»
Las raíces son los principios inertes y pasivos: hasta aquí hubiera llegado Empédocles si no hubiera advertido actividad en la naturaleza, pero sobretodo, si no la hubiera aceptado. O incluso peor: hasta aquí hubiera llegado si hubiera negado la misma naturaleza, el lugar donde se vive y el cual hay que comprender para saber vivir. Pero Empédocles era conciente de esto último y por ello estableció dos principios activos que actúan sobre las raíces uniéndolas o separándolas, dando así origen a la formación-nacimiento y a la desformación-muerte de las cosas. Por lo tanto, estas son compuestos cuyo nacimiento o muerte son en realidad unión o separación de las raíces por medio de las fuerzas. Veamos el siguiente fragmento del poema del filósofo de Agrigento:
«Doble es el nacimiento de los seres mortales, doble su destrucción;
pues el primero lo genera y lo destruye la concurrencia de las cosas todas
y el otro, al disociarse éstas de nuevo, echa a volar, una vez criado.
Y estas transformaciones incesantes jamás llegan a su fin,
unas veces por Amor concurriendo en uno todos ellos;
otras, por el contrario, separados cada uno por un lado por la inquina del Odio.
De esta forma, en la medida en que lo uno está habituado a nacer de lo múltiple
y en la medida en que a su vez, al disociarse lo uno, lo múltiple resulta,
en ese sentido nacen y no es perdurable su existencia.
Mas en la medida en que esos cambios incesantes jamás llegan a su fin,
en ese sentido son por siempre inmutables en su ciclo»
La tesis empedocleana explica la multiplicidad, el cambio y el movimiento, a la vez que explica la permanencia de las cosas. Empédocles advierte que en el cosmos todo cambia, que todo se mueve, que hay actividad… pero que igual hay permanencia, a saber, las raíces y las fuerzas: siempre están ahí, inmutables, eternas, inengendradas, indestructibles, invariables. Aunque hayan principios pasivos, no se hace nada sin principios activos, gracias a los cuales surge la naturaleza, las cosas.
Adriana González Serrano
Bibliografía
Coronado, Guillermo. “El legado categorial de la ciencia griega presocrática”. En: Rev. Filosofía Univ. Costa Rica. Vol. XXX. No. 71. 1992.
Gadamer, Hans-Georg. El inicio de la sabiduría. Paidós. Barcelona. 2001.
Kirk, Raven & Schofield. Los filósofos presocráticos. Gredos. 1987.
Nietzsche, Friedrich. Los filósofos preplatónicos. Trotta. Madrid. 2003.
Schopenhauer, Arthur. Respuestas filosóficas a la ética, a la ciencia y a la religión. Edad. Madrid. 1996.
[1] Gadamer, El inicio de la sabiduría, p. 91.
[2] Es interesante remitirnos a algunas acepciones del verbo griego «levgw» y tomarlas en cuenta aquí. Tales son: hablar, decir, referir… recoger, reunir, juntar, elegir, escoger… significar, indicar… nombrar, designar. Asimismo, consideremos que el término para lo que se dice es «lovgo"».
2 comentarios:
Muy buen texto, Adri. Sólo te discutiría la distinción tajante entre logos y mythos. El logos, primeramente, es una mostración de lo que ya se ha visto o acerca de los que ya se ha entrado en conocimiento práxico antes de toda declaración. No es tanto un 'teoría explicativa de la realidad', como suele concebirse.
Gracias Jethro. De hecho pensé que tu comentario iba por ahi, que era sobre el logos, porque algo de eso habíamos hablado antes. Y cuando subi el texto pense que esa parte del logos y del mythos habia que re-trabajarla. Porque estaría de acuerdo con que el logos, en un primer momento, es un decir acerca de algo ahí, decir el algo, contarlo. Y esto tiene que ver con el sentido o significación que tenga ese algo para quien lo dice, con la vivencia de ese algo. El problema, específicamente con el logos, fue su posterior desarrollo: se despegó de las cosas.
Lee el de Heráclito :)
...adri...
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